miércoles, septiembre 02, 2009

Apuntes de apartamento para un socialismo a la venezolana


En el imaginario colectivo de los años noventa Venezuela aparecía como un país fértil en la producción de misses Universo, a los ojos de un español tipo era sólo el plató constante de nuestros culebrones predilectos.

A día de hoy, la percepción se bifurca frontalmente. Para los adeptos al pensamiento único, la nación caribeña sufre en silencio las tropelías y los desmanes de un gobierno populista y totalitario. Para los anticapitalistas, cada uno de su padre y de su madre, Venezuela es el laboratorio de experimentación ideológica y práctica del socialismo postsoviético.

El Socialismo del siglo XXI, preconizado y puesto en marcha por el presidente Hugo Chávez, supone la simbiosis venezolana del compendio de experiencias libertarias sudamericanas. Recogiendo el legado de la gesta bolivariana, reconociendo el padrinazgo simbólico de la Revolución Cubana, aunando el socialismo castrense y el socialismo civil en un mismo proyecto de cambio.

La Revolución Bolivariana se declara continuadora legítima de la pretensión inconclusa del Libertador: La unión política de América del Sur. A fin de lograrlo, propone una Segunda Independencia Latinoamericana, que arroje a las oligarquías cipayas al limbo de la Historia.

Cuba ha magnetizado con su ejemplo a todo los procesos revolucionarios desarrollados en el mundo tras 1959. Venezuela no podía renunciar al acompañamiento solidario de la isla numantina, desafiante ante los Estados Unidos, compañera indiscutible de los pueblos pobres.

Fidel Castro ya adivinó el potencial de Chávez al recibirlo en el aeropuerto de La Habana con honores de jefe de Estado, el 14 de diciembre de 1994. Su proverbial sabiduría anticipó el triunfo chavista en las elecciones de 1998, auténtica viga maestra sobre la que se comenzó a cimentar la revolución.

El socialismo venezolano es la decantación final de una serie de nacionalismos progresistas, asociados normalmente a sectores comprometidos de las fuerzas armadas, surgidos como respuesta incontrolada al expolio económico del imperialismo extranjero sobre las riquezas naturales del continente. Desde el seno de los cuarteles hasta los claustros universitarios, desde el sindicalismo de base hasta la intelectualidad inquieta, desde los cerros miserables hasta la Iglesia refractaria a los mercaderes de nuevo cuño, la doctrina de Simón Bolívar agrupó a los descontentos con la Cuarta República, a los desahuciados del pacto de Punto Fijo.

El juramento del Salman de Güere (1982) marca el inicio de la lucha política de una generación de militares venezolanos, encabezados por Hugo Chávez. Pero, mucho antes, ya combatían las guerrillas en las selvas y en las sierras, ya se proclamaban bolivarianas. Chávez canalizó la rebeldía de los nadie, encauzándola y concretándola en una estrategia a largo plazo, la Revolución Bolivariana.

Los Ejércitos sudamericanos siempre han sido más propicios a la infiltración revolucionaria que sus homólogos occidentales. La milicia está en el origen del peronismo, uno de los movimientos sociopolíticos más complejos de América Latina, capaz de unir bajo la égida de Juan Domingo Perón a la extrema izquierda montonera y a la Triple A ultraderechista. Militares fueron también Juan Velasco Alvarado, Juan José Torres, Francisco Caamaño Deñó, Luís Carlos Prestes u Omar Torrijos, representantes todos ellos de la disidencia con respecto al Imperio del Norte.

Este fenómeno, de nacionalismos antiimperialistas o de socialismos castrenses (según mi criterio), ha chocado demasiadas veces con la estrechez de miras de los intérpretes del marxismo vulgar, incapaces de divisar por encima de sus narices, absorbidas en la lectura de los clásicos del género. Tanto análisis del propio ombligo ha acabado provocando una teoría marxiana pacata, únicamente practicable en los delirios personales de los profesionales del oficio.

Cualquier hijo de vecino, con unas entendederas medianas, comprende el papel represivo de las fuerzas armadas en el organigrama del estado capitalista. No por ello, se puede descalificar sin argumentos a los intentos revolucionarios capitaneados por soldados. Venezuela es la prueba viva de que de un batallón de paracaidistas puede manar el empuje necesario para articular la mayor amenaza planetaria a los EEUU.

La estela del socialismo civil también ha fructificado en los pagos de Rómulo Gallegos. La sombra del Amauta planea sobre Caracas. José Carlos Mariátegui, el progenitor del socialismo indoamericano, es citado constantemente por el presidente Chávez y por los constructores de la Revolución Bonita, como un precedente en el desbroce de dogmas y de arquetipos. Mariátegui es la posibilidad de elaborar una propuesta socialista acotada al terreno nacional, despojada de prejuicios europeos, superadora del desgarro soviético, inmaculada del pecado original del estalinismo.

Salvador Allende Gossens, héroe inapelable en el panteón de cualquier izquierda posible, emblema del socialismo ciudadano, guía también los pasos elefantiásicos del pueblo venezolano. El fracaso de la Unidad Popular, desintegrada por un golpe militar fascista, sirve de advertencia para un proceso que ya ha sentido el peligro reaccionario en sus variantes más dañinas: el putsch mediático, el paro empresarial-petrolero, los motines delincuenciales, la desestabilización imperialista.

El socialismo a la venezolana, conjugación de Marx y de Bolívar, cóctel aliñado al alimón por Simón Rodríguez y por Friedrich Engels, parto con dolor del Amauta y del general Ezequiel Zamora, avanzadilla universal del socialismo postsoviético, reserva de nuestras esperanzas tantas veces marchitadas.

La vía al socialismo que emprenden en estas horas los revolucionarios venezolanos, los parias del puntofijismo, los obreros en vanguardia, las clases medias conscientes, los soldados patriotas, no es una aventura impoluta, limpia de imperfecciones. Es el enésimo intento de subvertir el estado de las cosas, aspiración humana desde el principio de los tiempos. No es el cometido de este artículo juzgar los errores y las desviaciones del proyecto bolivariano, que haberlos haylos. Esa espinosa cuestión la dejamos para otra ocasión.

En el maremágnum de esta penúltima crisis cíclica del sistema capitalista, en esta orilla del sur de Europa, a tiro de piedra del África ardiente, Venezuela emerge de las tinieblas cual faro acogedor que nos señala la ruta a seguir.

*Las cuatro ideas que sustentan este texto prendieron en mi mollera durante las vacaciones en Castell de Ferro, a ello se debe el curioso nombre del mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hemos de ir a Castell de Ferro para seguir fraguando ideas revolucionarias y, de paso, llevar buena compañía...dos rubias bien fresquitas ;P