lunes, enero 14, 2008

El crepúsculo del poeta

Apuntes y delirios en torno al fallecimiento de Ángel González (1925-2008).


Y el poeta exhaló el último suspiro, en la madrugada del sábado 12 de enero de 2008. La palabra perdía así a uno de sus más fructíferos alfareros, según opinan propios y extraños. Yo, que nunca he sido muy aficionado a la poesía, que no he aspirado el aroma de las flores del mal ni me he visto tentado por la realidad ni por el deseo, no tengo ningún derecho a calificar los versos de Ángel González.

Desespera comprobar, que tras cada muerte, se suceden los mismos elogios, las mismas declaraciones huecas, los mismos sollozos, la interminable procesión de lágrimas de cocodrilo. No importa que el finado sea de derechas o de izquierdas, del Atleti o del Madrí, catalán o vascongado, amigos y enemigos pugnarán por dorar la píldora del que ya no está, del que no puede decir esta boca es mía.

La sociedad del espectáculo requiere de estos circos lamentables para sobrevivir, necesita como agua de mayo un funeral encopetado de vez en cuando. Los curritos tienen que aprender que la vida se acaba, que el carnaval se agota cuando se empeña la biología. Loas al ausente, sobredosis de azúcar, buenos sentimientos, que lástima de palmarla para que luego lamenten la desgracia los cuatro paniaguados de turno.

A pesar de ser hincha del equipo prosaico (que no prisaico), conocí en persona a Ángel González, en el mes de diciembre de 2002, en el marco de la celebración del centenario de Rafael Alberti. Yo acudí a aquella cita, fundamentalmente, para ver y escuchar a Joaquín Sabina, que se anunciaba iba a hacer presencia en el ceremonial. Sabina no estaba sólo, sus amigos de la última hora, los "poetas líricos", completaban el elenco.

Desfilaron por la nave central del Hospital Real de Granada, sucesivamente, Luis García Montero, Almudena Grandes, Benjamín Prado, José Manuel Caballero Bonald, Felipe Benítez Reyes, Enrique Morente, y los ya mencionados. Recordando al maestro Rafael, desgranando vivencias comunes, anécdotas, cantando, recitando, se consumió el acto. Joaquín se escabulló pronto, abandonando el recinto de puntillas, siendo perseguido por legiones de fans hasta el hotel donde se alojaba, en la cercana Gran Vía de Colón.

Con el flaco de Úbeda fuera de combate, conseguí agarrar del hombro a unos desprevenidos Ángel González y Caballero Bonald, que estaban desfallecidos tras superar tremenda escalinata. Sendas fotografías con los ancianos, que corrieron a refugiarse tras una puerta de madera maciza que sujetaba el siempre caballero Luis García Montero. Punto y final. La lírica se desvaneció tras los goznes del portón, y por mucho que jovencitas y jovencitos intentaran localizar al cantautor canalla, un correcto Luisito les supo cerrar el paso.

El menda, contento tras capturar el alma de dos cándidos artistas con la sufrida cámara analógica, feliz tras haber captado al mágico Sabina en compañía del catedrático Juan Carlos Rodríguez (ese marxista a un sombrero pegado), se largó con viento fresco.

Han pasado cinco años desde entonces. Ahora ya no uso el peine, no por falta de ganas sino por escasez de folículos capilares, calzo otras gafas, y sobre todo, he dejado 40 kilos en el camino, 40 razones que han cambiado mi cotidianeidad. El instituto y la facultad quedaron atrás, no soy el hombre nuevo que predicaba Guevara, pero tampoco aquel gordito introvertido que se escondía tras un careto de pan de Alfacar.

Entre el hoy y el ayer, entre la foto y la esquela, descubrí más datos de la biografía del vate asturiano. Leyendo Caza de Rojos, esa espléndida novela negra de José Luis Losa, surge un Ángel misterioso, un James Bond castizo que comparte mujer con el general Jorge Vigón, ministro de Obras Públicas (1957-1965), y paisano suyo. El poeta es militante del PCE, un clandestino más en el frío pedregoso del franquismo, atraído al Partido por el camarada Federico Sánchez, sosias de Jorge Semprún.

La cantera intelectual comunista era impresionante: Armando López Salinas, Antonio Ferres, Jesús López Pacheco, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Juan Marsé, Francisco Rabal, Juan Antonio Bardem, Ricardo Muñoz Suay, Pepe Ortega, ... La expulsión de Semprún del PCE en 1964 arrastraría a algunos de estos nombres hacia las tinieblas exteriores. Comenzaron las deserciones a la vez que Santiago Carrillo homogeneizaba el Partido a su imagen y semejanza. Luego vino la Primavera de Praga, los tanques soviéticos reventando el socialismo de rostro humano, lo que no hizo sino confirmar la desbandada general.

Ángel González escogió el exilio universitario, al igual que Ferres o López Pacheco. Franco se extinguió en la cama, perpetuándose su régimen en la subsiguiente monarquía. Regresaron los desterrados, se legalizaron los partidos políticos de oposición (no todos), se amnistió a los jerarcas fascistas, se impuso la amnesia por decreto, consolidándose un Estado mediocre y aburrido, dominado por la gran banca.

Cuentan los periódicos que Ángel no llegó a volver de todo, residiendo a caballo entre España y los Estados Unidos, donde enseñaba Literatura en la Universidad de Alburquerque. Hizo buenas migas con el clan de García Montero, recuperando la amistad de Pepe Caballero Bonald, veraneando el grupo en la costa gaditana.

Con respecto a este conjunto de amigos dedicados a la poesía y a la narrativa, les recomiendo lo que Rafael Reig, el nuevo enfant terrible de las letras españolas, les dedicó en Público el día de Reyes. Empieza así la cosa: "el poeta asturiano editó este año un doble álbum recopilatorio de sus temas más conocidos, grabados en directo en varios polideportivos, acompañado de las grandes figuras de la poesía y las artes, con las que interpreta duetos, todos abrazados sobre el escenario y a menudo con pegatinas contra la guerra y contra el catarro. Les sobran los motivos (y los ombligos, a cuya contemplación se dedican numerosas páginas)".

Destila mala leche el texto de Reig, una ironía incisiva y totalmente necesaria, porque este singular conjunto de progres ya cansa. Cansan sus buenas maneras, su izquierdismo elitista, su servidumbre al dios Prisa. En Granada, mi perra y facciosa ciudad, entre Luis García Montero, poeta oficial y oficioso del reino, y su hermano pequeño Juan, que es concejal de Cultura por el PP, la política cultural es una merienda de negros. La actitud de Luisito para con el mercenario cubano Raúl Rivero es digna de mención, esperpéntico ejemplo de la degradación de la gauche divine.

En 2004, Ángel González ganó la primera edición del Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca-Ciudad de Granada. Es preciso reseñar aquí lo dicho por el también profesor de Literatura de la Universidad de Granada, José Antonio Fortes, en una conflictiva reunión departamental en la que se enfrentó abiertamente a García Montero. Fortes calificó de apaño entre Luis y su hermano Juan la concesión del citado Premio, según relata Ideal . Posteriormente, Montero le replicó con maldad en El País .

El poeta feneció en fin de semana, sus deudos le lloran, sus lectores le repasan, los demás seguimos resistiendo, con más pena que gloria. En fin, un abrazo gente.

1 comentario:

Joherg dijo...

A la mayoría de los intelectuales antifascistas de la guerra y la postguerra que militaron en el PCE y que jamás se preguntaron por las actuaciones criminales de su partido y su gran contribución en que se perdiera la guerra; a la mayoría de los intelectuales de “izquierda o progresitas” que conviven con "extraordinaria naturalidad y normalidad" con la monarquía, que de manera vergonzante abandonaron precipitadamente en desbancada las filas del “comunismo” una vez se produjo su bancarrota y se desdijeron de lo que fueron en su juventud sin el mínimo análisis de la realidad que los envolvía, y que además aceptaron la amnesia que se impuso por decreto. A todo este elenco de personajes de la pluma y la palabra, oportunistas de turno que sólo sirven a la voz de su amo habría que hacerles el homenaje que se merecen y por mi parte ya saben cual.