jueves, abril 19, 2007

Hugo Chávez contra el príncipe Salina

Para un servidor, el príncipe Fabrizio di Salina siempre tendrá el rostro duro y enérgico de Burt Lancaster. Cuando Luchino Visconti, aristócrata y comunista, rodó El Gatopardo, el actor usamericano no había cumplido los 50 años y conservaba la buena forma física que le había proporcionado su trabajo en el circo. Lancaster dejaba Hollywood de lado y se zambullía en el cine italiano. Aquel que había empezado interpretando héroes de aventuras, siempre ganadores, inauguraba su galería de perdedores, encarnando al melancólico y ajado príncipe Salina. El saltimbanqui daba paso al desgraciado.

No he tenido la oportunidad de leer la novela de Lampedusa que inspiró a Visconti, para filmar este gran fresco del fin de una época, del desmoronamiento de una clase social. Giuseppe Tomasi di Lampedusa, duque de Palma y Montechiaro y príncipe de Lampedusa, reflejó en El Gatopardo la caída del feudalismo en Sicilia, tras el desembarco de Garibaldi y el inicio de Il Risorgimiento. El príncipe Fabrizio di Salina, principal terrateniente de la isla, observa sorprendido el avance de la burguesía, dispuesta a convertirse en la nueva clase dominante. Comprende que la era de la aristocracia ha muerto e intenta unirse a los burgueses, para mantener el papel predominante que ocupaba hasta que la historia empezó a resquebrajarse.

Burt Lancaster, prematuramente envejecido, plasma con maestría la angustia interior del príncipe, condenado a contemplar la muerte del mundo que conocía. Alain Delon, en la piel de Tancredi, sobrino de Salina y miembro del ejército garibaldino, representa al noble camaleón que se sube al carro de la triunfante burguesía. Tancredi es el rostro de los nuevos tiempos, el símbolo de la nueva Italia, unificada y liberal, mientras que Salina simboliza el pasado (esplendoroso, pero pasado al fin y al cabo).

Claudia Cardinale, imprescindible musa del cine europeo, interpreta a Angélica, hija de un rico burgués, y objeto del deseo del joven Tancredi. El compromiso matrimonial entre los dos muchachos permitirá al príncipe respirar tranquilo, ya que la fortuna del padre de la chica podrá compensar la ruina económica de la familia. Visconti, artesano del cine, recreará en la escena final de la película, un largo baile de 45 minutos, la muerte definitiva de la nobleza, ahogada por la unificación de Italia.

Tancredi, astuto y ambicioso, consolará a su tío con una frase magnífica, que ha dado pie a la caracterización de cierto tipo de políticas: Es necesario que todo cambie para que todo permanezca igual. En la novela de Lampedusa, es el propio príncipe Salina el que pronuncia este lema, que ha inspirado estrategias políticas reformistas. Los Salina, familia propietaria, pero cercana a la quiebra, entiende desde el principio lo que va a significar el ascenso de la burguesía: Un nuevo sistema económico, un nuevo sistema político, un novedoso sistema de dominación de las clases desposeídas, sin duda.

La opresión liberal sustituirá a la opresión feudal. Los burgueses, desde sus senados y sus parlamentos, legislarán contra los pobres, al igual que el señor feudal se enriquecía con el sudor de sus vasallos. Los campesinos, tendrán que abandonar el campo y emigrar a las ciudades, para trabajar en las fábricas burguesas. Así nacerá la clase obrera, hija de la Revolución Industrial. Así la Italia unida, bajo la dinastía Saboya, arrinconará a Garibaldi, abriendo el camino por el que transitará bastantes décadas después Benito Mussolini. Todo cambia y todo sigue igual. Los explotados, los vilipendiados, los parias, los humillados, siguen recibiendo palos a diestro y siniestro.

El Gatopardismo, teoría política que ha sido utilizada por multitud de "próceres", consiste en reformar parte de la estructura del sistema para evitar el derrumbamiento total del mismo. Retocar algo para impedir la caída del todo. Maquillar el capitalismo para evitar el socialismo. Por lo tanto, el gatopardismo es primo hermano de la socialdemocracia. Gatopardistas ilustres han sido y son: Mario Soares, Felipe González, Néstor Kirchner o Lula da Silva.

El pasado 25 de marzo de 2007, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, desde el programa Aló, Presidente, llamó a sus conciudadanos a construir el socialismo con flexibilidad y dinamismo, combatiendo siempre el dogmatismo, el reformismo y el gatopardismo. Cómo en otras ocasiones, Chávez dio en el clavo, demostrando un arsenal de conocimientos que harían palidecer a cualquier preboste del PP o del PSOE, siempre enzarzados en discusiones estúpidas. Esta alusión suya al gatopardismo despertó en mi recuerdos del pasado, pues desde siempre mi señor padre me ha hablado de estas cosas. He crecido oyendo hablar del gatopardismo cómo un enemigo irreconciliable de la izquierda revolucionaria.

Desde este rincón, no puedo más que agradecer al presidente Chávez por su impecable oratoria, mezcla de cultura popular y libresca, alejada de la retórica vacía de los politicastros, siempre cercana al corazón del pueblo. Hugo Chávez es un personaje muy peculiar, criado en el llano venezolano, hijo de maestros, hermano de izquierdistas y militar de profesión. El Ejército le permitió estudiar y formarse adecuadamente, la milicia le convirtió en subversivo y rebelde, por muy paradójico que parezca. A través de los libros, a través de la lucha antiguerrillera, se fue haciendo bolivariano. Ahora, junto a los trabajadores, intelectuales y soldados de su patria, intenta edificar el socialismo del siglo XXI. Que la dicha y la virtud le acompañen en su colosal tarea.

Nunca podré olvidar a Burt Lancaster dando vida a Fabrizio di Salina. Da la casualidad de que Lancaster es uno de mis actores favoritos, junto al impagable Robert Mitchum y al simpático Eli Wallach. Les recomiendo, que además de revisar El Gatopardo (Luchino Visconti, 1963), disfruten de El Nadador (Frank Perry, 1968), donde Lancaster bordea la perfección cómo actor. Pónganse el bañador y salten a la piscina, el chapuzón merece la pena. Palabra de Antonio Salvador.

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